El titulo de esta entrada es una metáfora que hace alusión a lo que acaba de acontecer en días pasados con el famoso fútbol mexicano, o sea, la final entre el Pachuca y los pumas, siendo campeones estos últimos. Y no, no me llamen hipócrita, yo también en ocasiones degusto de tal deporte, y me declaro fan del FIFA en sus diversas versiones del playstation 2. Pero si bien he decidido tomar este tema y titularlo de tal forma, es porque simplemente no se puede no hacerlo y, mucho más sin darle el típico tinte de crítica social. Debo en primer plano, decir que me perdí el partido y, en segundo, confesar que en realidad no tenía interés en verlo, sin embargo por la gran relevancia que juega dicho deporte en nuestra cultura mexicana (sarcasmo) nadie queda exento de por lo menos saber que habrá partido y, con mayor razón si es la final del balompié mexicano. Pues bien, el juego se realizó sin importar la apatía de su servidor. ¿El marcador?, en realidad no lo sé, pero se coronó pumas de la UNAM, esto no tendría mucha relevancia decirlo, pero sirve para contextualizar al lector y no confundirlo o hacerlo imaginar de qué colores o qué logos había en las camisetas de los aficionados que daban vueltas a la glorieta de cinco de mayo, acá en la ciudad de Zamora.
Cuando salí del trabajo rogando por una cama que calmara mi cansancio, me voy encontrando a una minoría de aficionados pumas dando vueltas como discos de acetato de las Hilguerillas, una y otra vez cantando su famoso himno, ¡cómo no te voy a querer! Al momento (ni nunca) no compartí su felicidad, y se me hizo aquello una total ridiculez. Ver a jóvenes, niños, padres con sus hijos y una que otra fémina abultando las orejas del puma con sus pechos aseñorados girando sin cesar por dicho monumento, ondeando banderas, eufóricos y casi psicotizados de felicidad pasajera, todo porque un equipo de futbol ganó un campeonato. Lo primero que me vino en mente fue: qué nivel de autoestima tienen esos individuos para lograr tal grado de alegría y para apropiarse de un logró tan burdo, más si se piensa que la única ganancia es la satisfacción de un triunfo, claro, porque sería comprensible una reacción así de los jugadores, del cuerpo técnico, directivo, dueños y demás individuos con relación directa al equipo. Sé que puedo sonar un poco drástico y aguafiestas, pero durante mi trayecto a casa trataba de pensar si las personas ahí presentes o, quienes en algún momento fueron a celebrar un triunfo tan absurdo en aquél lugar, habrán festejado algo digamos, más cercano a ellos, algo que les haya costado meritos propios y que realmente amerite una excitación de tal magnitud. Probablemente sí, sería prejuicioso decir lo contrario, sin embargo, eso no justificaría reacciones tan a mi parecer exageradas ante situaciones no meritorias. El otro día veía en el programa de televisa, los reporteros, un análisis de la violencia en el fútbol, donde una psicóloga, justamente la de la UNAM, mencionaba que dicho deporte es una forma que el individuo tiene para liberarse, por así decirlo de sus problemas cotidianos. Esto me dejó pensando por momentos y traté de entrelazar un poco ese enunciado con lo acontecido por los fanáticos pumas, llegando a otro estructurado por su servidor: ¿Los individuos viven atados en una realidad tan jodida, que toman algo tan simple como un partido de fútbol para gritar como locos y tener reacciones tan patológicas ante algo tan efímero como patear una pelota e introducirla en una red? Repito lo que en un principio comenté, el fútbol no me parece desagradable, de hecho me parece una forma de entretenimiento bastante buena e interesante, pero ojo, digo entretenimiento porque en realidad eso es o debiera de ser, aunque desgraciadamente en nuestra sociedad actual sobrepase los límites de otras cosas de mayor importancia como la educación y la cultura, cosas de verdadera trascendencia y, al rebasar dichos aspectos, es donde su euforia queda fuera de lugar y se convierte en una vil estupidez.
Cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver a veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperanzas. Dan grima, dan lástima, dan ganas de darle a la humanidad una patada en el culo y despeñarla por el rodadero de la eternidad, y que desocupen la tierra y no vuelvan más. Fernando Vallejo, extracto de la novela "La virgen de los sicarios" Alfaguara.