Cierra los ojos. Dijo Esmeralda a Raúl que aun parpadeaba por toda la habitación oscura. –¿Y si regresan?. –¿Quiénes?. Preguntó ella. –Los monstruos. Contestó él con la voz entre cortada. Esmeralda comentó que los monstruos no existían, pero esa afirmación proveniente de alguien como ella no daba nada de calma. No era su madre, no era absolutamente nada con él, qué certeza podría otorgarle una desconocida. –Vendrán. Dijo Raúl. Lo habían hecho ayer, antier y cada día desde que se habían mudado a aquel departamento. Sus padres, quienes estaban en la fiesta de los Perez, de aquellos hipócritas amigos. Se burlaban cuando apagaban la luz aun contra la voluntad de aquel indefenso ser, pero la risa se suplía por castigos matutinos cuando las sabanas amanecían con los orines de manufactura temerosa por el ataque de los monstruos. Sabía que exageraba, nunca lo atacaban, se metían por debajo de la sabana, debajo de la cama, le pasaban por encima, por un lado, pero nunca le ponían una mano encima, o una garra, o lo que fuese que tuvieran.-Cierra los ojos. Dijo Esmeralda a Raúl viendo el reloj desesperada. Ya tenían que estar los señores García para esas horas. El cobrarles más no le alegraba del todo, porque sabía que aquella noche tenía ganas de echarse un buen revolcón con su novio Genaro. A nuestro infante protagonico no le importaba eso, no sabía de sexo, sólo de monstruos, era un experto en eso. Esmeralda salió de la habitación ante las suplicas. Se quedó sólo, ya no gritaba, ya no había a quien gritarle, miró su habitación, cada especifico espacio que le permitiera descubrir de dónde saldrían sus enemigos esa noche. Quería sentirse valiente, quería que olfatearan valor y no temor.Pasaron las horas, tal vez minutos, aun no tenía noción del tiempo, pero definitivamente algo pasó, la puerta principal se abrió, Raúl pegó un fuerte brinco, sus parpados quienes instantes atrás habían caído rendidos tuvieron que despertarse estrepitosamente. Un paso, dos, se acercaban, como siempre no le tocaban, venían por un lado, por el otro, por debajo. Dentro de todo se sentía seguro, todo hasta que… Los sentía, los olfateaba, estaban más cerca, lo tomaron, atacaron sus mejillas con liquido babeante, lo estrujaron intentando quebrantar su suave cuerpo, se pusieron sobre de él, uno por cada lado, estaba perdido, no lloraba, gritaba desesperado que alguien lo salvase, no había nadie, sólo los malditos monstruos. Se dejó vencer, cayó rendido, como un cadáver seco y desarropado en la cama de su habitación. Cualquier personaje externo hubiese percibido el aroma a orinesEl despertador sonó, eran las siete, Raúl se levantó con la certeza de que ya no habría monstruos, en aquel nocturno ataque los mordió, los atacó ferozmente mientras estaban sobre él, los orinó, sabía que si aquel liquido saldría de su cuerpo de cualquier forma, sería mejor que fuera sobre de ellos, para aniquilarlos, o, por lo menos humillarlos, despertó un poco feliz, había tenido un poco de venganza. Salió al comedor, sus padres yacían sobre la mesa estereotipadamente. Lo miraron coreografiados, fruncieron el seño, su mirada era penetrante. Raúl se sintió extraño, se acercó más y más, parecían desconocidos, y ¿cómo no? Quién diablos se atreve a orinar sus padres… y nadie se atrevería a decir que soñar, es un buen pretexto.