— ¡Ángel!— gritó al mirarme frente a su vieja puerta desvencijada. Me abrazó muy fuertemente, tanto que estuvo a punto de derribarme. El nauseabundo aroma de su inútil antitranspirante barato se mezcló con la vomitivamente cálida peste de su sudor; sin embargo, la situación era digna de sobrellevarse con tal de sentir cerca ese par de senos esculpidos por el mismo Dios.
— ¡Oh, Ángel, querido, no sabes cuánto te he extrañado! Perdona el tiradero, no imaginé verte hoy, creí pasarían tres o cuatro semanas más antes de reencontrarnos.
— Me soltaron antes los cerdos, nena. Fueron las primeras palabras que escupí
— ¡Esos hijos de puta! ¡Jamás debieron encerrarte! Eras inocente, bebé, ¿por qué no trataste de defenderte?
—La cárcel significa comida y refugio gratuitos por varios meses, amor.
— ¡Carajo, mírame! ¡Debo lucir muy mal en verdad!
Para ser honestos, la maldita se veía de la chingada, con ese falso cabello rubio lleno de nudos, esa sonrisa de enfermo sifilítico, su hedor a sudor de golfa sin pudor… pero esos senos valían la maldita imagen dantesca.
En la cárcel imaginaba sus preciosos pechos, en el lugar me parecían meramente apetecibles en un contexto sexual. Quería morderlos, tocarlos fuertemente; nada de pendejadas de amor, nada de estúpidas caricias, quería saciarme con esas tetas hasta que se tornaran lo más cálidas posibles de tanto manoseo; pero ahí, eso ya era historia… a final de cuentas que culpa tenía la cabrona de lo que yo había hecho.
—Luces bien— dije, dándole la ventaja que interpretara aquello como todo lo contrario.
—Gracias— contestó, tragándose esas dos palabras en su completa literalidad.
Pero yo esperaba más. La mente de la maldita idiota no procesaba palabra alguna pensando en cualquier respuesta menos la que escuchó. Su rostro expresó incertidumbre y fue cuando mi inconsciente (los psicólogos me han dado una joyita de justificación para todas y cada una de mis acciones de hijo de puta) decidió actuar. Mi pezuña derecha tocó aquel bello pecho que tenía a tan corta distancia.
— ¡Ángel! — gritó ella a la par que soltaba un fuerte manotazo en mis garras de animal lujurioso. De inmediato, empezó a llorar (el llanto de una mujer, una de las cosas más pendejas del mundo. Quejido penetrante digno de una moto cierra en funcionamiento que trata inútilmente de partir a la mitad un oxidado tubo metálico de alcantarilla repleta de excremento diarreico ensangrentado de algún obeso alcohólico con almorranas… eso es el llanto femenino). — ¡No has cambiado nada, sigues siendo el mismo cerdo asqueroso de siempre ¡
— ¡No mames, pendeja! ¿Quién chingados te crees, tú posee de mujer virginal? ¡Eres una maldita puta y lo sabes! ¡Déjate de idioteces y abre las piernas!
— ¡Eres un hijo de la chingada, una verdadera mierda! ¡Yo sabía que no ibas a cambiar, pero ahí estoy de pendeja, esperándote! ¡Vete a la mierda, Ángel, lárgate!
Retrocedí solo para pensar en un buen movimiento. Mi mente nunca fue tan ágil como mis manos así que el mismo medio paso que retrocedí lo acerté de nueva cuenta para estar tan cerca de ella como lo estaba. Miré su seno, su tremenda teta izquierda, era solo un poco más grande que la derecha, era mi preferida, era la que me hablaba entre sueños. Lance mi pesuña ganosa y la tomé con mis cinco dedos, quería escapar así que llamé a la escena a mi otra mano, entre ambas la controlamos mientras Rebeca jalaba su cuerpo hacía atrás pareciendo que aquel tremendo pedazo de piel pareciera desprenderse.
-Déjame estúpido, por favor, suéltame.
Lo segundo de esa frase fue un suplicio, me arrancó una carcajada tan fuerte que mis manos perdieron coordinación y la soltaron, ella retrocedió ante mi mirada.
-¿Cómo te atreves a querer hacerme esto de nuevo?.
-Esa es una pregunta muy fácil de contestar, acaso no te has visto ese par de tetas provocadoras.
-¿Acaso no recuerdas por qué te metieron a la cárcel?
Era cierto, mis días de prisión habían sido debido a algo similar, la única diferencia fue que todo comenzó con el vil pretexto del amor. Ahí estábamos en el sofá de mi casa, en aquel cuchitril tan asqueroso como yo, ella estaba sobre mí como si pensara en dominarme, pero no se daba cuenta de que sus pechos estaban taladrándome la cabeza con la imagen de sus pezones. Mis manos, las verdaderas culpables la tomaron primero lentamente, vendiéndole una idea falsa. Sí, ya me había dicho que nadie la quería. Los múltiples abandonos por los que había pasado le habían dejado una autoestima notablemente baja, lo percibía por la excitación que se sentía ante un ser tan horripilante como yo, era la primera, y por lo tanto mi cuerpo deseoso por tantos años de existencia no pudo contenerse.
No importó el recuerdo, el pasado era historia, el dolor ajeno no valió de nada, fue mío, tan terriblemente mío.
Un golpe acertó se asentó en mi entrepierna, pasaron cinco minutos, me retorcía del dolor. La puerta sonó estrepitosamente. Se abrió. Llevo diez meses en prisión, sus tetas están conmigo, en mi mente. Escribo una carta: Querida puta…