¿Dónde quedó?, no lo veo, fue tan rápido, violento hasta cierto punto. Dolió. Duele al recordarlo. Dolerá al revivirlo. Nunca se irá completamente. Sería ese un consuelo. Debiera serlo, es lo único que queda.
El sol se ocultó casi al pasar el medio día, extraño para un día de verano, lógico para mi momento. Ahí estaba, oculto entre la multitud, entre un oleaje de individuos que no trataban de decir nada, que sus miradas mutilaban mis pensamientos invadiéndolos de más que basura, de verdades. Mi respiraciones acrecentó cuando note mi cuerpo desfallecer, mis piernas se doblaban a ratos gastando el poco equilibrio que podían tener. Al poco tiempo cesó. Mi visión y mi conciencia huyeron cobardemente, o tal vez haciendo lo más inteligente en ese momento.
Desperté entre abucheos silenciosos, entre expectativas tan falsas como aquel momento. Rogando, por primera vez rogando, humillando esa piel tan gastada en vidas absurdas, esperando a que el hoy fuera ayer mañana. Y si, hasta mañana para tener unas horas para meditar, para hacer lo que acostumbraba a diario, ocultar y ocultar eso que esta a mis espaldas, culpando a los demás cuando tenía suerte, o a mi mismo en mis peores días.
Ese mañana pudo haber llegado si se lo hubiera permitido, habría sido paciente conmigo, tal vez hubiese sido lo único que quizá me respetaría, pero vivió en un “hubiera” que se nunca llegara.
Ahora esas horas se dejaron venir encima, burlándose de todo lo sutil que existiera, dejando a su paso más que insultos y plegarias sarcásticas. ¿Y la gente? Y esa gente que estaba tan atenta, tan preocupada por lo que siguiera, sigue ahí, ahora entiendo, no es su culpa, son los miedos, mis miedos, los que me toman de la mano, esperando como yo haber quien se sofoca primero.