El mundo es un par de zapatos viejos, tan viejos que parece necesitar unos nuevos, pero no, los pasos interminables que se han dado no tienen kilometraje comprobable, y esos zapatos tan desgastados solo dan señales de incertidumbre, ya no sirven para nada, ni siquiera para separar del suelo aquellos pies cansados de un concreto que no se desgasta.
EL mundo es un par de zapatos viejos, que tiene una sola entrada, no hay salidas, parece que sí, pero el universo es solo un fondo imaginario, y el aroma de aquellos zapatos viejos no es otro más que el de la nostalgia, es confundible con tantas cosas, pero son lo que son. Los zapatos viejos son tan viejos que ya no quieren andar, pero no depende de ellos, ni de sus ganas de girar, de dar un baile cumbianchero, ni una salsa que alegre el momento, tal vez un tango que insite a la tristeza, que no requiera tanto esfuerzo, porque el mundo es un par de zapatos viejos, tan terriblemente viejos, que no tardan en morir, no tardarán en ser sustituidos por el pie desnudo del viajero, que hasta que pierda ese par de zapatos comprenderá que esta muerto.
Esos pasos que faltan por recorrer pudieran ser gozados, pero no hay dirección alguna, no hay motivos para darlos, pero tiene que ser dados, porque así lo designó Dios, dios, o algún otro dios, un personaje tan mítico e incomprendido, que otorgó al mundo de una belleza, para decir antes que el mundo era un par de zapatos nuevos, pero no, el tiempo se convirtió en tiempo, y ahora el mundo es un par de zapatos viejos, tan viejos que no tienen edad, ni motivo ni nada, y el último paso que dé estará marcado por un himno silvado por la gente, y ese sonido será recordado eternamente, así de simple, eternamente.
*fotografía by kristhoper roe